Entre olivares y aceitunas, llega la primavera a Jaén, y solo un aroma envuelve las calles de la ciudad: el olor a incienso, olor a Semana Santa.
Al son de los tambores, se celebra la entrada de Jesús en Jerusalén un Domingo de Ramos lleno de emoción por la ansiada salida del paso de la Hermandad de la Borriquilla, que, durante su estación de penitencia, recorrerá las calles de la capital del Santo Reino, como así se le conoce.
No será hasta la tarde, cuando verdaderamente se siente la emoción de miles de penitentes que, tras los distintos pasos, disfrutan del inicio de la Semana Santa jiennense. En esta bella tarde de domingo, da su salida la Hermandad de la Oración en el Huerto, cuyo Cristo acompañado de ese grandioso olivo deja verse de manera triunfante por las puertas de la Basílica de San Ildefonso. Se puede sentir las pisadas que llevan a María Santísima de la Estrella, cuyo manto azul y dorado destaca por encima de todos los demás colores que llenan las calles de Jaén. Al compás de la música, se alza más hermoso que ninguno el paso dorado de la Santa Cena, de gran valor artístico y considerable peso, que llevan bajo su costado valientes costaleros de todos los rincones de la provincia.
En la tarde del Lunes Santo, suenan las campanas de la Merced, y, bajo la voces de la tuna universitaria, sale a la luz el Cristo de los Estudiantes, patrón de los universitarios de Jaén, y, tras él, luce Nuestra Señora de las Lágrimas. Aún puedo sentir el paso de los costaleros por la Reja de la Capilla cuando pasa la Santísima. Sin embargo, la reina de Jaén, Nuestra Señora de la Amargura, es quien nos deja sin aliento con su majestuoso paso por Carrera Oficial viendo a lo lejos la imponente catedral.
Silencio... No hay otra palabra para describir la tarde noche del Martes Santo en Jaén. Solo se oye el respirar de los penitentes y costaleros que llevan en sus hombros al Cristo del Silencio.
Bajo la imponente fachada de la catedral, sale el Cristo de la Buena Muerte acompañado de la legión, que, con sus cantares, anuncian la muerte del Salvador. Pero no son esos cantares los que suenan en los corazones de los jiennenses en la tarde del Miércoles Santo, más bien es el sonido de las cadenas que chocan contra el suelo como símbolo de humildad, pues la Hermandad del Perdón le otorga la libertad a uno de los reos de la provincia.
Tras el Jueves Santo, día en que las Hermandades de la Expiración y de la Vera Cruz atraviesan las calles de la ciudad, se alza en la madrugada del Viernes Santo el Abuelo de Jaén. Sale poderoso el Nazareno que, con el único sonido de la banda municipal tocando la marcha procesional que Emilio Cebrián le dedicaba, ilumina la lúgubre noche. Es en este momento, cuando el corazón de los expectantes jiennenses se para, pues bajo la protección del Santo Rostro jiennense el abuelo bendice a Jaén. Santo Rostro no procesional como la Santa Faz alicantina pero sí imagen de la noble ciudad protectora de los Reinos de Castilla.
Tras una larga penitencia, las hermandades de la mañana dejan paso a las de la tarde dejando a la ciudad en un completo silencio, es el momento de procesionar la imagen que muestra la muerte de Cristo y tras el barroquizante paso solo quedan las lágrimas de Nuestra Señora de los Dolores. Todo se apaga cuando sale vestida de negro La Soledad, acompañada de todos los fieles en ese luto penitente.
Tras el silencio, suenan las campanas de regocijo por la Resurrección del Señor, que, con paso triunfante, pone fin a la Semana Santa jiennese.
Pobre de aquel que no viene a Jaén cuando suenan los tambores, y pobre de mí que otro año más no sentiré el olor de una Semana Santa viva y tradicional, como es la jiennense...