Salve, Dios te Salve.
Salve, Reina y Madre, Salve,
Misericordiosa, Salve,
Eres nuestra vida, Salve.
La dulzura nuestra, Salve.
Lo salado de tu llanto,
lo amargo de tu sufrir,
aunque Tú no estás llorando,
deja que llore por Ti.
Llorando, Madre, yo así,
escúchame, que clamando
desde este valle te llamo
para que ruegues por mí.
Salve, Dios te Salve.
Salve, Reina y Madre, Salve,
Misericordiosa, Salve,
Eres nuestra vida, Salve.
La dulzura nuestra, Salve.
Ea, pues, Señora, ea,
guarda a tus hijos, María,
vuelve tus ojos y mira
a esta Hermandad que te reza.
A esta Hermandad que te quiere
y se hace Lunes Santo,
para salir al encuentro
del Señor y andar tus pasos.
Salve, Dios te Salve.
Salve, Reina y Madre, Salve,
Misericordiosa, Salve,
Eres nuestra vida, Salve.
La dulzura nuestra, Salve.
La Humildad y la Paciencia
enséñanos, te rogamos.
Clemente y Piadosa, escucha
la oración que te cantamos,
y en la hora de la muerte
acógenos en tus brazos,
y llévanos a Jesús
sin soltarnos de tu mano.
Salve, Dios te Salve.
Salve, Reina y Madre, Salve,
Misericordiosa, Salve,
Eres nuestra vida, Salve.
La dulzura nuestra, Salve.
Francisco Javier Segura Márquez
Por la calle siembran huellas los cirios procesionados.
Se encienden los corazones, y las tardes se han bordado
con esmeraldas mantillas y vestidos enlutados.
Pasión, que Pasión camina, desde la Iglesia, al Calvario,
del Huerto de los Olivos, a la Cruz. Cristo azotado
en los pasos que se mecen sobre los hombros cansados.
Las cornetas y tambores un sendero le han trazado
por donde viste silencios su recorrido Sagrado.
Y allí le espera María, ¡deshecha de puro llanto!
Con su amargura recorre, cada esquina, cada barrio,
a la busca de un Encuentro; ¡al deseo de ayudarlo!
A retener en su alma, el Rostro Santo, grabado.
Puñales lleva en el pecho. En la garganta, un quebranto.
Y la noche, estremecida, cúbralos con su manto.
Él, coronado de espinas, la mira con tal desgarro
que un mar, en Lágrimas, corre, por el Rostro Inmaculado.
“No llores, Madre” -le dice, su Cristo, roto y cansado,
y la Virgen, en su pena, suplica, ¡y tiende las manos!
“Jesús, mi Jesús” -susurra –“Dame tu cruz”, ¡yo la cargo!
No será, peso más grande, que un Hijo crucificado”.
Por la calle brillan perlas, de pasos procesionados.
Lágrimas son, de una Madre, ¡y junto a Ella, lloramos!
A ti, que fuiste mujer
a ti, que madre fuiste
a ti, que a tu hijo viste
en un madero fallecer
a ti, que tu cara refleja
el dolor que llevas por dentro
a ti, que lloras tu pena
con lágrimas en silencio.
a ti, que como madre
con el alma destrozada
acompañas a tu hijo
sin que te vea una lagrima
a ti, que seguías el calvario
con tu hijo, aquel día
llorando lágrimas de sangre
y ¡¡¡ qué valor infundías!!!
a ti, mujer y madre
yo te pido cada día
dame valor y esperanza
para seguir en la vida.
cobíjame entre tus brazos,
limpia de espinas mi alma
dame tu fortaleza
Madre mía, de las Lágrimas.
Teresa Escrich
Costaleros, hermanos
unidos por la ilusión
de portar a nuestro Cristo
el lunes en procesión.
Costaleros unidos
por el esfuerzo y el sudor
pero con paso firme
al redoblar el tambor.
Costaleros, unidos
con orgullo y valentía
iluminamos la noche
de las calles Alicantinas.
Costaleros, hermanos
unidos en la esperanza
de llevar el mensaje de amor
del cristo de las siete palabras.
Costaleros, unidos
con la humildad en compañía
y las lágrimas de los ojos
de la Madre que nos guía.
Costaleros, hermanos
con total fraternidad
portemos con gran orgullo
los pasos de nuestra hermandad.
Costaleros, si, hermanos
gritemos a viva voz:
“Viva la Humildad y Paciencia”
La hermandad que nos unió.
Teresa Escrich
Te miro Jesús mío,
dolorido y tan callado,
que el aire que respiro
me atraviesa al ser cantado.
Pensando en mi sentado
y esperando a tu verdugo
que lleva mis pecados
en tres clavos oxidados.
Dolido y humillado
repites mi nombre con amor.
Mi dolor al verte angustiado
no te alivia, pues es humano;
Mi traición seca tus labios
que con hiel yo te he mojado.
Déjame ahora enjugarte
con mi arrepentimiento, Jesús mío,
tan callado y dolorido
esas lágrimas de amor herido.
La belleza de tu rostro: tu paciencia.
La nobleza de tu bondad: la humildad.
Cristo humilde, Cristo paciente
que en una cruz me salva
y en tanto amor me tiene.
José Vicente Leal Clavel.